Tras nuestra estancia en el batey, nos hemos venido a pasar unos dias a un hotel en la playa caribeña de Juan Dolio. Al llegar a mis padres les pusieron una pulserita con un color precioso. En el hotel todos eran muy generosos: papá y mamá podian pedir toda la comida y los cocktails que quisieran, ¡y no se los cobraban!.
Yo me quedé con ganas de conseguir una pulserita igual, pero papá decía que para lo que yo consumía, no merecía la pena.
Por cierto, parece que la insistencia de María ha tenido su efecto, porque hoy he empezado a hacer pedorretas imitando al que me las hace.
Eso sí, bien que disfruté con las tumbonas de la playa, y boba mirando las hojas de los arboles.
Mamá me ha llevado a mojarme los pies en una bañera enorme, donde el agua se movía mucho y estaba salada. Me asusté un poco y lloré, sobre todo por lo fresca que estaba y por el ruido que hacía. No quiero ni imaginarme lo que habrán tardado en llenar esa bañera.
Lo que si me moló fue la arena que había allí... es muy suave y me hacía cosquillas en los pies.
martes, 10 de febrero de 2009
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